domingo, 30 de octubre de 2011

MI SAN BERNARDO QUERIDO !


Recomiendo a todos y a todas, los que aman la Costa Argentina, darse una vueltita, fuera de temporada. Sobre todo, a los que son fieles (como yo), a determinado balneario y lo hacemos desde niños, y todos los años, en verano.

Sí, ya sé, tienen que darse algunas condiciones: gastarse unos pesitos, contar con buen tiempo, poder quedarse unos días y tener un lugar donde alojarse. El traslado no es problema,  si no se quiere manejar tanto, hay ómnibus disponibles.  Con un plus, antes de llegar a destino, entran a cada balneario costero, que seguro, hace años no “pisamos”, cosa que no haríamos de ir en auto.  Les puedo asegurar, que vale la pena, uno vuelve renovado/a. Ah!, Y lo más difícil,  poder hacerse esa escapadita, fuera de los fines de semana.  Dicha completa asegurada.

Mi balneario (y el de mi familia), de toda la vida,  es San Bernardo, y es uno de mis lugares en el mundo.   Lo conozco tanto…me siento en casa.  Por suerte puedo disfrutar de la casita que con muchísimo esfuerzo, construyeron mis viejos.  Ahí, eligió morir mi mamá. Por eso, mis hermanos y yo, la consideramos, un lugar sagrado. Y tener el privilegio, en esta oportunidad, de tenerlo todo para mí, es invalorable.  Sobre todo porque  me recuerda al SanBer de mi infancia.  Sin turistas bulliciosos e intolerantes, sin ruidos, (uno realmente escucha el silencio).  Esos árboles frondosos, pájaros de todas las especies, los lugareños tan respetuosos, y el mar….todo para mí.  Las caminatas por la playa, son mágicas.  Alguno por ahí pescando, pero salvo las gaviotas, la costa desierta.  Recomiendo una caminata tranquila cerca de la orilla, que nos acompañe sólo una suave brisa que nos peine y despeine,  el sol, fuerte y vigoroso, y el ruido del mar. Impagable.  La costa, libre de toda la basura que arrojan en temporada los turistas.

Para completar el estado de plenitud vivido, durante mis caminatas playeras solitarias, observé en una oportunidad, algo poco común,  las gaviotas no estaban solas. Un hermoso ejemplar de Chimango, (ave de rapiña), sobrevolaba cerca de ellas, pero sin acercárseles demasiado,  ellas prácticamente, lo ignoraban, seguían unas a otras en bandadas,  en el ritual cotidiano de volar y aterrizar constantemente, sobre el mar con su “chillido” característico, seguramente, buscando su alimento.   El chimango, mientras tanto, se entretenía con algún resto de ser vivo que el mar había arrojado hacia la orilla.  Esto no le impidió, como buen desconfiado, mirarme de reojo, a medida que me acercaba e intentaba  sacarle una foto con el celular. No quería molestarlo. Quería capturar ese momento. Lo logré a medias (ver foto).

Otra cosa que noté,  fue la gran cantidad de cáscaras de almejas, que “decoraban” la orilla.  Volvieron! –me dije emocionada.  Hacía muchos años que no las veía, por la extracción indiscriminada y abusiva de la gente que contribuyó, a su extinción.  Y en ese momento recordé con nostalgia a mi abuela, experta en  almejas en escabeche, que me enseñó de chica a cocinar y colocar en frascos, que juntaba todo el año y que traía desde Buenos Aires. Esa ceremonia, se repetía, año tras año, gracias a la bondad del mar que las “sembraba”, por millones.

Todos esos momentos de la infancia feliz en SanBer, me vinieron a la mente.  Ese San Bernardo de antes, al que adoraba y que pensé, no volver a ver. El San Bernardo, agreste, casi desierto, único. Tan distinto con el paso del tiempo. Pasó por tantas etapas! Primero se había puesto de moda, sobre todos por los boliches bailables, después, años de abandono y suciedad, gracias a las gestiones incompetentes de los Intendentes de turno. Ahora, gracias a esta visita que le hice, pude comprobar, que lo recuperé otra vez. Eso sí, para disfrutarlo a pleno, deberé viajar más seguido y obviamente, fuera de temporada. No importa.  Vale la pena.

ALICIA CAMPOS

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