lunes, 26 de marzo de 2012

El…”Que Dios te bendiga”, me incomoda…




No lo puedo evitar, cuando alguien me lo dice, se me llenan los ojos de lágrimas…y  si el que me lo dice, lo hace mirándome a los ojos desde la profundidad de su tristeza, ni les cuento.

Para que se entienda. Cuántas veces vamos por la calle y nos encontramos con personas que nos ofrecen algún producto (curitas, lapiceras, medias, encendedores, etc)? Cuántas veces se pasa al lado de esas personas en situación de riesgo y nadie las registra? Nadie se detiene, ni siquiera a mirarlos, menos a escucharlos, son invisibles para la mayoría de los transeúntes. Vamos apurados y si nos piden plata, más.

Por si alguien aún se cree un “elegido”, les recuerdo que esos, son seres humanos,  iguales a nosotros.  La diferencia está, en que no tienen recursos para poder alimentar a sus familias, entonces venden algo, porqué tal vez les da vergüenza mendigar.  Claro, esto lo entienden muy pocos/pocas, y si encima la “escena” ocurre en un barrio “paquete”, ni les cuento. La mirada de desprecio va acompañada de…-Qué horror, el barrio se está llenando de indigentes! Ó “El Estado debería ocuparse” y otros comentarios tan estúpidos y lamentables.

Sí, claro, el Estado debería velar para que ninguna persona tenga que pasar por esa situación, pero, mientras tanto? Qué hacemos? Miramos para otro lado?, como nos inculcan y machacan desde este Sistema económico egoísta, que premia el individualismo y hace culto del bienestar económico como paradigma de la felicidad. Qué el otro se arregle…

Por fortuna, somos muchos también, los  que no pensamos así…gracias a Dios, y entonces cuando alguien por la calle nos pide una ayuda, nos detenemos, la ofrecemos con una sonrisa, y elegimos algo de lo tienen para vender, y lo comparamos con interés, porque quizás esos pesitos le sirven a ese ser humano, para poder comer ese día. Le  resolvemos la inmediatez. Por lo menos, sabemos que ese día, ese señor, mamá o niño, comen. Qué nos cuesta? Parece mentira, cómo les cambiamos por un rato, su desdicha por una sonrisa, encima, nos agradecen y casi nunca falta el “Qué Dios te bendiga”, que me conmueve cada vez que me lo dicen….ellos a mí. A mí, que tengo de todo y ellos o ellas, los vulnerables de nuestra descarnada y desigual sociedad, no tienen nada.

La desigualdad social me  enfurece. Me niego a aceptar que cuatro o cinco familias  concentren tanto dinero y que haya muchos que no tengan siquiera  para tomar un vaso de leche. Tema aparte, las muertes por desnutrición en un país tan rico como el nuestro ¡!

Por eso, cuando me bendicen de esa manera… me incomoda….Dios los debería bendecir sólo a ellos por soportar injustamente, todo lo que tienen que soportar, todos los días de su vida.

ALICIA CAMPOS


martes, 13 de marzo de 2012

Ortorexia…vigorexia…lo qué..?

Diría mi vecina Beba (si viviera), al segundo que le pregunte, si conoce el significado de estas dos palabras. Son términos poco conocidos aún, pero resumen, algunas de las patologías que padecen hoy, ciertos actores sociales.

La reflexión que intento desarrollar, parte de una nota, sumamente interesante, que leí el domingo pasado en una revista dominical y cuya autora es María Jimena Barrionuevo. Lo plausible, es, el estado de alerta que plantea la escritora, sobre determinados hábitos humanos devenidos en verdaderas patologías, que parecen ser naturalizados por la sociedad.
A modo introductorio, se denomina ortorexia, a la obsesión de ciertas personas por una alimentación saludable. Por otro lado, vigorexia, es la obsesión por tener un cuerpo musculoso. Ambas patologías forman parte, lamentablemente, de muchas otras que surgen por el tipo de vida  que nos toca vivir, sobre todo a los habitantes de los centros urbanos, como la anorexia, la bulimia y otros desórdenes mentales y físicos.
En el caso de los ortoréxicos, su preocupación excesiva y enfermiza por la vida sana, los lleva a declarar enemigos públicos a las grasas y a los conservantes.  Miran con microscopio, cada alimento que toman de las góndolas de los supermercados, y analizan detalladamente cómo están elaborados, tienen una manía con la comida orgánica y con la forma de preparación de determinados productos alimenticios, a los que consideran vedados si no se usan recipientes como madera o cerámica. Esta patología de culto a la ingesta sólo sana, es su vida misma y regula las amistades, las salidas, los horarios.  Los resultados en la mente y el cuerpo, no tardan en aparecer: intolerancia alimentaria, alergias, anemia, deficiencias vitamínicas, osteoporosis, además de los estragos mentales en caso de alguna transgresión o “licencia” comestible: sentimientos de culpa, frustración, y el recurrir a los ayunos faquirescos, para contrarrestar su “pecado”.

No menos alarmante es el caso de los vigoréxicos. Pasan muchas horas en los gimnasios, exigiéndole a su cuerpo más musculación y no ahorran en suplementos peligrosos, como los anabólicos. El resultado: tendinitis, desgarros, calambres, aumento del colesterol, cambios metabólicos, etc.  Los seguidores de Adonis como, los describe la colega Barrionuevo, son conocidos también, por anoréxicos invertidos.  Como frente al espejo se ven escuálidos y débiles, van en una carrera desenfrenada para aumentar su masa corporal, sin tener en cuenta el clima o si están enfermos. El gimnasio es, según la autora de la nota, su segundo hogar.  En caso de no poder concurrir, se deprimen, tienen culpa, etc.  Las estadísticas son preocupantes, solo en Argentina el 12% de la población de 12 a 30 años, tiene un alto riesgo de sufrir esta patología. Otro dato curioso, esta enfermedad, la padecen en su gran mayoría, los hombres y con  baja autoestima.

Me permití describir estas actitudes compulsivas porque son el resultado de un modelo que garantiza la felicidad a través de la competencia, el individualismo, el éxito, la fama, el cuidado exagerado del físico, la eterna juventud, la belleza plástica, la pasión por el dinero y el consumo que da muy buenos dividendos a los empresarios que las procuran y donde, los medios de comunicación electrónicos no son inocentes. Haga la prueba por favor, observe detenidamente, qué nos ofrecen las publicidades en su gran mayoría.

ALICIA CAMPOS