Enseguida aparece alguien para completar la frase… es todos
los días.
Sí, claro, porque es el ser con el que tenemos un vínculo
visceral, único, desde el comienzo de nuestra existencia. Nos acompaña, mejor dicho, nos debería
acompañar a lo largo de toda nuestra
vida. Con ella a nuestro lado, nada temeremos. Por desgracia, no es así.
Perder a nuestra mamá es, convertirse una en huérfana. Y que
la vida nos marque (por lo menos en mi caso), un antes y un después. Es ver un
horizonte estéril de sentimientos familiares. Sentimos en lo más profundo de
nuestro corazón, que ya no va a ser lo mismo, si falta mamá. Es romper los
lazos fuertes e indescriptibles que unen a una madre con su hija/o. Porqué una
de las dos se desató. No tener ya el contacto físico y real de sus abrazos y
besos. Por qué ya no está con nosotros.
Nos dejó. Se cansó de vivir. No
está acá físicamente. No podemos
llamarla por teléfono, como antes, tres o cuatro veces por día, ni ir a
visitarla, ni sentarnos con ella a chismosear y contarnos nuestras cosas. Tampoco invitarla a tomar un helado, o pasar
juntas una tarde en un bingo y matarnos de la risa. Tampoco la veo cuando voy a San Bernardo en el Partido de la Costa, en nuestra casita, donde compartimos tantas
vacaciones, tantas Navidades, tantos acontecimientos felices. Tal vez porque
ahí murió y yo no estaba para despedirme.
A medida que crecemos y envejecemos, más aumenta el temor de
perder a nuestra madre. Y cuando una, ya alcanzó una edad, en la puede
dedicarse a ella, se nos va. Y nos deja
este vacío enorme, y este dolor que se renueva en cada Día de la Madre. El tiempo que pasa parece que nos ayuda a
aceptar su partida y en homenaje a ella seguimos festejando con las otras
mujeres de la familia este Día, como desde (ya casi) cinco años. Pero en mi caso, no puedo evitar, ponerme
triste. Mis Días de la Madre ya no serán
nunca más los mismos que antes, cuando, aparte de los muchos regalos que la
hacía, y que ella agradecía con lágrimas - quizás por su vida tan dura y llena
de privaciones – le agregaba alguna cartita o tarjeta, que todavía hoy,
encuentro en los cajones de su mesita de luz.
Como mecanismo de consuelo, me digo, que estoy en paz con mi
conciencia. Sí, porque siempre le di lo
mejor de mí y además, sé que algún día nos volveremos a encontrar, para no
separarnos más. Mientras tanto, me
aferro a la idea de que continúa espiritualmente junto a mí y que cada vez que
la necesito, la llamo, se acerca, como lo hace muchas veces en mis sueños.
Mamita, donde estés quería decirte Feliz Día…nunca te
olvidaré.
ALICIA CAMPOS
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