sábado, 15 de octubre de 2011

Día de la Madre...


Enseguida aparece alguien para completar la frase… es todos los días.

Sí, claro, porque es el ser con el que tenemos un vínculo visceral, único, desde el comienzo de nuestra existencia.  Nos acompaña, mejor dicho, nos debería acompañar a lo largo de toda  nuestra vida. Con ella a nuestro lado, nada temeremos. Por desgracia, no es así.

Perder a nuestra mamá es, convertirse una en huérfana. Y que la vida nos marque (por lo menos en mi caso), un antes y un después. Es ver un horizonte estéril de sentimientos familiares. Sentimos en lo más profundo de nuestro corazón, que ya no va a ser lo mismo, si falta mamá. Es romper los lazos fuertes e indescriptibles que unen a una madre con su hija/o. Porqué una de las dos se desató. No tener ya el contacto físico y real de sus abrazos y besos. Por qué ya no está con nosotros.  Nos dejó.  Se cansó de vivir. No está acá físicamente.  No podemos llamarla por teléfono, como antes, tres o cuatro veces por día, ni ir a visitarla, ni sentarnos con ella a chismosear y contarnos nuestras cosas.  Tampoco invitarla a tomar un helado, o pasar juntas una tarde en un bingo y matarnos de la risa.  Tampoco la veo cuando voy a  San Bernardo en el Partido de la Costa,  en nuestra casita, donde compartimos tantas vacaciones, tantas Navidades, tantos acontecimientos felices. Tal vez porque ahí murió y yo no estaba para despedirme.
A medida que crecemos y envejecemos, más aumenta el temor de perder a nuestra madre. Y cuando una, ya alcanzó una edad, en la puede dedicarse a ella, se nos va.  Y nos deja este vacío enorme, y este dolor que se renueva en cada Día de la Madre.  El tiempo que pasa parece que nos ayuda a aceptar su partida y en homenaje a ella seguimos festejando con las otras mujeres de la familia este Día, como desde (ya casi) cinco años.  Pero en mi caso, no puedo evitar, ponerme triste.  Mis Días de la Madre ya no serán nunca más los mismos que antes, cuando, aparte de los muchos regalos que la hacía, y que ella agradecía con lágrimas - quizás por su vida tan dura y llena de privaciones – le agregaba alguna cartita o tarjeta, que todavía hoy, encuentro en los cajones de su mesita de luz.

Como mecanismo de consuelo, me digo, que estoy en paz con mi conciencia. Sí,  porque siempre le di lo mejor de mí y además, sé que algún día nos volveremos a encontrar, para no separarnos más.   Mientras tanto, me aferro a la idea de que continúa espiritualmente junto a mí y que cada vez que la necesito, la llamo, se acerca, como lo hace muchas veces en mis sueños.

Mamita, donde estés quería decirte Feliz Día…nunca te olvidaré.

ALICIA CAMPOS

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