sábado, 1 de octubre de 2011

Pequeños gestos, grandes personas..

Así decía en letras grandes, acompañando a una enorme foto de alguien que cedía el asiento, un afiche de la empresa concesionaria, y por lo tanto, responsable de los subterráneos de Buenos Aires,  y por el que pasé  por delante ayer a la tarde, en la estación Retiro de la línea C.

Me gustó. Y sin desconfiar de las buenas intenciones de dicha empresa, en promover las buenas acciones, está bueno resaltar los gestos sencillos de la gente.  Por lo general gente sencilla, que utiliza el subte para desplazarse por La Capital.   Personas que optan por este transporte público, al que hay que reconocer que cuando funciona como DEBE ser, es maravilloso, rápido y bastante económico.

Dentro del ámbito comunicacional, el subterráneo es inagotable. Quizás no aporta nada nuevo decir que cada Línea tiene un público específico (tomando como parámetro de observación los días laborales, que en algunos casos se extienden hasta sábado y domingo) pero vale para una reflexión acerca de que perfil de personas utilizan el subte para trasladarse.

Para muestra, sobra un botón, decía mi tía Anita. Vayamos a algunos ejemplos. En general,  la línea “D” transporta ciudadanos de  barrios más acomodados. Profesionales, estudiantes universitarios, escolares de colegios privados,  ejecutivos, bien vestidos y perfumados que se trasladan desde y hasta el micro-centro porteño, por comodidad.  En 15 o 20 minutos están o en sus hogares o en sus trabajos. No importa si viajan como sardinas.  El subte los libera del auto que tanto los estresa por el colapso de tránsito que hay cada vez más en la Ciudad, vaya uno por donde vaya.  Por lo general se trata de un público específico. Enfrascados en libros, celulares o ipod.  Muy propensos a irritarse si alguien sin querer los toca o les pide permiso para pasar, o le arruga el enorme diario formato sábana que despliegan, sin importarles el prójimo.  Ni hablar, de ceder un asiento.  Si sube algún anciano, embarazada o alguien con capacidad especial, las únicas que he notado se levantan, son (somos) las mujeres. Los representantes del género masculino,  (sin distinción de edad), se hacen los dormidos o miran para otro lado. Lamentable. Hay casos de caballerosidad, pero pocos.

Claro que hay un horario (aproximadamente a partir de las 17hs.) donde ese selecto público, se debe “mezclar” con otro.  Se trata de los obreros que salen de las obras en construcción, agotados después de muchas horas de poner el cuerpo en lo que serán más adelante elegantes torres de departamentos con piscina incluida, y que en su afán de llegar a sus casas -tarea que les debe insumir, entre ida y vuelta, cuatro horas todos los días- toman el subte, aseados como pueden y se deben enfrentar a las miradas despectivas de algunos retrógrados que los discriminan.

En el otro extremo, la Línea C que une las Estaciones de Retiro y Constitución. Traslada a personas, en su gran mayoría muy humildes. Son las que me conmueven.  Son los que apretujan en sus manos, para poder leer en su interminable travesía y si les queda fuerzas, el diario gratuito que a veces le regalan de promoción.  Son aquellas personas que deben viajar muchas horas, desde y hasta su hogar, y el subte forma parte de sus tres o cuatro medios de transporte diarios.  Que vienen o van a la Provincia de Buenos Aires, a veces desde la madrugada hasta el anochecer para cumplir con su trabajo.  Peones, obreros, mozos, personal doméstico, enfermeras, en fin los que se ganan el sustento con sus manos y su oficio.  Qué tienen una dignidad envidiable, que soportan la falta de higiene de esas estaciones subterráneas, los olores nauseabundos, los robos, los empujones, que viajan en condiciones no humanas, que se alimentan mal.  Esos, cuyo cansancio los vence y se duermen parados. En sus rostros envejecidos, se refleja el agotamiento y la resignación a la injusta diferencia social. Esos, son los más solidarios, no necesitan que ningún afiche les recuerde que a pesar de todo, tienen valores.

ALICIA CAMPOS

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