Siempre sentí (y siento), una
gran ternura por la gente mayor, quizás porque me recuerdan a mis abuelos, tal
vez porque estoy transitando la madurez,
o de pronto, porque tuve la inmensa fortuna de criarme en un barrio, en
una época no tan lejana, donde abuelos y
abuelas eran los protagonistas
principales de la familia. Eran los
grandes “concentradores”. En mi caso, como siempre digo, los disfruté hasta los
89 años (mi abuela paterna) y casi 93 ( mi abuelo también paterno.). Ellos/as
se sentían queridos, cuidados y respetados, como la mayoría en esos tiempos.
La vida familiar giraba a su alrededor, cada
acontecimiento social reunía a tías/tíos, sus numerosos hermanos, primos, o compadres,
como ellos mismos se denominaban. Esos que habían compartido el coraje y la
aventura de dejar su tierra natal europea, escapando del hambre, para comenzar
acá una nueva vida, que no les fue regalada, fue de mucho trabajo y sacrificio,
pero sabiendo que al momento del “reposo del guerrero”, les esperaba una vida
tranquila junto a los suyos.
A medida que crecía, los veía envejecer y la
tristeza asomaba, de sólo pensar que
algún día, no iban a estar más junto a nosotros. -Qué gran vacío iban a dejar en nuestras vidas! Eran tan importantes…siempre ahí, para pasear
juntos, jugar a las cartas, charlar, acompañarnos.
Un día, sin siquiera darnos
cuenta, nuestras tradiciones familiares, como las que comenté más arriba, las
llamadas “costumbres argentinas”, comenzaron a tambalear, un “nuevo mundo”
asomaba. Las prácticas sociales que
vinieron de la mano de la globalización y el neoliberalismo, no tenían espacio
para nuestros viejos. Había que adaptarse como sea a los nuevos tiempos. Competencia, individualismo, aislamiento.
Teníamos que pertenecer a cualquier precio a este nuevo paraíso que nos
ofrecían descaradamente y que resultó
uno de los sistemas más crueles.
Quedó antiguo reunirse los domingos a
compartir los ravioles en la casa natal. Desaparecieron las sobremesas
familiares. Se usaban esos fines de semana para pasear por los shoppings o
hacer las compras en el súper. La locura se instaló en nuestras vidas. No había
tiempo para darse una vuelta por el barrio de la infancia, mucho menos
para que la familia se reuniera. La consigna era consumir y consumir.
Comprar…adquirir objetos, nos daba (y da)
la falsa idea de felicidad total, teníamos tarjeta de crédito, y por tanto
podíamos abonar en muchas cuotas y tener
todo lo que quisiéramos. Todos somos iguales y todos tenemos las mismas
oportunidades! (Mentira más grande que una casa)
Para que íbamos a perder el
tiempo! Haciendo una visita a los mayores
de la familia, viajar al conurbano, tan inseguro! si podíamos aprovechar los
fines de semana para comprar o consumir o contentarnos con ver vidrieras
repletas de todo lo importado que ingresaba al país y deseábamos tanto adquirir.
Una ola desenfrenada de tecnología arremetió para nunca más irse, en nuestra sociedad. La
carta fue reemplazada por el mail, el teléfono de línea, por mensaje de texto o
chat, y así, se fueron reemplazando casi
todas las interacciones de la vida social, las que al día de hoy, tenemos
naturalizadas.
A tono con las categorías que
sigue pregonando el paradigma para el
ser moderno actual, (Belleza, éxito, competencia, individualismo, juventud,
mucho confort, consumo, etc.), los abuelos argentinos fueron dejados de lado.
Pasaron a ser parte de lo que estorba, de lo descartable. Ya no había (ni hay),
tiempo para cuidarlos y ayudarlos a transitar su vejez. Su palabra quedó
out. A nadie le importaba su opinión. Se achicaron los hogares y crecieron los
geriátricos.
La exigencia mental y física de la vida
laboral, monopolizada por las grandes empresas privadas que desembarcaron en
nuestro país globalizado, le impedía (e impide) al trabajador pensar en otra
cosa que no sea trabajar y trabajar, o torturarse con la idea de perder el
laburo, no sea cosa que nos quiten la capacidad de consumir y pertenecer! Pertenecer a qué?
Por razones laborables actuales, interactúo muy seguido con adultos mayores. Es un placer y un orgullo. Y siento un gran alivio, porqué están de pié, y con una dignidad admirable. Nada tiene que ver con ellos la categorización de “clase pasiva”. No sólo resisten desde lo político, reclamando por sus derechos a una jubilación digna, cada miércoles frente al Congreso, sino también desde lo social, conformando asociaciones: los “Centros de Jubilados”, verdaderos espacios de recreación entre “pares”. A través de estos lugares, viajan, bailan, estudian, ríen, tejen y tantas cosas más.
En esta oportunidad y con motivo de festejar su día, harán
representaciones artísticas, una manera más de demostrar que están más activos
que nunca. No es maravilloso?
ALICIA CAMPOS