martes, 2 de octubre de 2012

Quién dijo que todo está perdido...??


Siempre sentí (y siento), una gran ternura por la gente mayor, quizás porque me recuerdan a mis abuelos, tal vez porque estoy transitando la madurez,  o de pronto, porque tuve la inmensa fortuna de criarme en un barrio, en una época no tan lejana, donde  abuelos y abuelas eran  los protagonistas principales  de la familia. Eran los grandes “concentradores”. En mi caso, como siempre digo, los disfruté hasta los 89 años (mi abuela paterna) y casi 93 ( mi abuelo también paterno.). Ellos/as se sentían queridos, cuidados y respetados, como la mayoría en esos tiempos.

La vida familiar giraba a su alrededor, cada acontecimiento social reunía a tías/tíos, sus numerosos hermanos, primos, o compadres, como ellos mismos se denominaban. Esos que habían compartido el coraje y la aventura de dejar su tierra natal europea, escapando del hambre, para comenzar acá una nueva vida, que no les fue regalada, fue de mucho trabajo y sacrificio, pero sabiendo que al momento del “reposo del guerrero”, les esperaba una vida tranquila junto a los suyos.

A medida que crecía, los veía envejecer y la tristeza asomaba, de sólo pensar  que algún día, no iban a estar más junto a nosotros. -Qué gran vacío  iban a dejar en nuestras vidas!  Eran tan importantes…siempre ahí, para pasear juntos, jugar a las cartas, charlar, acompañarnos.

Un día, sin siquiera darnos cuenta, nuestras tradiciones familiares, como las que comenté más arriba, las llamadas “costumbres argentinas”, comenzaron a tambalear, un “nuevo mundo” asomaba.  Las prácticas sociales que vinieron de la mano de la globalización y el neoliberalismo, no tenían espacio para nuestros viejos. Había que adaptarse como sea a los nuevos tiempos.  Competencia, individualismo, aislamiento. Teníamos que pertenecer a cualquier precio a este nuevo paraíso que nos ofrecían descaradamente  y que resultó uno de los sistemas más crueles.

 Quedó antiguo reunirse los domingos a compartir los ravioles en la casa natal. Desaparecieron las sobremesas familiares. Se usaban esos fines de semana para pasear por los shoppings o hacer las compras en el súper. La locura se instaló en nuestras vidas. No había tiempo para darse una vuelta por el barrio de la infancia, mucho menos para  que la familia se reuniera.  La consigna era consumir y consumir. Comprar…adquirir objetos,  nos daba (y da) la falsa idea de felicidad total, teníamos tarjeta de crédito, y por tanto podíamos  abonar en muchas cuotas y tener todo lo que quisiéramos. Todos somos iguales y todos tenemos las mismas oportunidades! (Mentira más grande que una casa)

Para que íbamos a perder el tiempo!  Haciendo una visita a los mayores de la familia, viajar al conurbano, tan inseguro! si podíamos aprovechar los fines de semana para comprar o consumir o contentarnos con ver vidrieras repletas de todo lo importado que ingresaba al país y deseábamos tanto adquirir.  Una ola desenfrenada  de tecnología arremetió  para nunca más irse, en nuestra sociedad.   La carta fue reemplazada por el mail, el teléfono de línea, por mensaje de texto o chat,  y así, se fueron reemplazando casi todas las interacciones de la vida social, las que al día de hoy, tenemos naturalizadas.

A tono con las categorías que sigue pregonando el paradigma para  el ser moderno actual, (Belleza,  éxito, competencia, individualismo, juventud, mucho confort, consumo, etc.), los abuelos argentinos fueron dejados de lado. Pasaron a ser parte de lo que estorba, de lo descartable. Ya no había (ni hay), tiempo para cuidarlos y ayudarlos a transitar su vejez. Su palabra quedó out.  A nadie le importaba su opinión.  Se achicaron los hogares y crecieron los geriátricos.

La exigencia mental y física de la vida laboral, monopolizada por las grandes empresas privadas que desembarcaron en nuestro país globalizado, le impedía (e impide) al trabajador pensar en otra cosa que no sea trabajar y trabajar, o torturarse con la idea de perder el laburo, no sea cosa que nos quiten la capacidad de consumir y pertenecer!  Pertenecer a qué?

Pero quién dijo que todo está perdido…?
Por razones laborables actuales, interactúo muy seguido con adultos mayores.  Es un placer y un orgullo.  Y siento un gran alivio, porqué están de pié, y con una dignidad admirable.  Nada tiene que ver con ellos la categorización de “clase pasiva”.  No sólo resisten desde lo político, reclamando por sus derechos a una jubilación digna, cada miércoles frente al Congreso,  sino también desde lo social, conformando  asociaciones: los “Centros de Jubilados”, verdaderos espacios de recreación entre “pares”.  A través de estos lugares, viajan, bailan, estudian, ríen, tejen y tantas cosas más.

En esta oportunidad y con  motivo de festejar su día, harán representaciones artísticas, una manera más de demostrar que están más activos que nunca.  No es maravilloso?

 
 

ALICIA CAMPOS