Construida en 1917,
durante la “Belle Epóque”, soportó de todo.
Años de esplendor; un incendio (1930); robos; años de inoperancia
administrativa, abandono y finalmente,
una sentencia a muerte, su cierre por quiebra, en 1997. Curiosamente en ese año, es declarada
“Monumento Histórico Nacional”. Parece
un chiste. Así y todo, todavía espera pacientemente que alguien se decida a
traerla a la vida.
Del Molino siempre significó mucho para mí. Ahí aprendió su oficio de pastelero, mi abuelo Angelito,- creador de exquisitas medias lunas o cañoncitos con dulce de leche-anécdota que me contaba, desde mi niñez, repetidísimas veces, y yo no me cansaba de escuchar, admirada. Somos muchos, los nietos y nietas de inmigrantes, que sentimos orgullo por esos abuelos, trabajadores, fuertes y valientes, que no dudaron en venir a América, viajando en ocasiones en forma muy precaria, en busca de mejores oportunidades, huyendo del hambre y las guerras despiadadas, solos, dejando en Europa la familia primaria, a veces, sin volver a verlos nunca más.
Tengo la
esperanza, como muchos habitantes de la
Ciudad, de que alguien, con tan sólo un poco de sentido común, se ocupe, como
se debe, de la Confitería “Del Molino”. Ojalá, podamos apreciar sus vitraux, su
orfebrería, sus cinco pisos, sus tres subsuelos, sus herrajes artesanales, y
las aspas del molino en movimiento, como antaño, y no sólo por fotos de
época. Exijo, su inmediata reconstrucción. Es una deuda moral que tengo con mi abuelo
para que él, esté donde esté, se sienta feliz.
ALICIA CAMPOS
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