domingo, 13 de mayo de 2012

EVITA… QUIÉN QUIERA LEER… QUE LEA…

Mientras viajaba con mi amiga Cuny  a los Toldos ( Provincia de Buenos), me reía sola. Pensaba con nostalgia en mi abuela. Si ella me viera, se emocionaría como yo en ese momento.  Tantas veces imaginé  como sería estar en ese pueblo.

Mi amor por Eva tiene muchos años. Me lo inculcó mi abuela paterna María. Una gallega de mucho carácter y de fuertes convicciones que no dudó, como ya conté en otra oportunidad, en venirse de su Galicia Natal, sola, con boleto de tercera, en un barco que tardaba una eternidad en llegar al puerto de Buenos Aires. Con 28 años, una edad en la que, en aquella época, para las mujeres, era tarde para todo. Llegó a la Argentina y empezó de nuevo.

Se casó, tuvo hijos y a pesar de no saber escribir, ni leer, llegó a manejar un almacén.  En todo ese recorrido, pasó muchas privaciones, pero no se achicó.  Se instaló definitivamente en un terreno    -comprado con mucho sacrificio-, con mi abuelo, en la localidad bonaerense de Wilde, tierra yerma, en ese entonces. Una zona con calles de barro y carencia de alumbrado público, entre otras dificultades.  Por eso no dudó un instante.  Fue a ver a Evita para pedirle por el progreso del barrio.  Y Evita la ayudó.

Mi abuela sentía pasión por Eva, como toda mi familia y todos los pobres del país, los trabajadores, los niños, abuelos, todos.  No menciono al resto porque solo representaban una minoría. Eran los parciales, los que  la criticaban por sus vestidos caros o joyas y no ponían atención en la agotadora y solitaria tarea de la abanderada de los humildes: devolverle la dignidad a los que nada tenían, como le pasó a ella misma.  En esa exigua porción de la sociedad que mencioné más arriba, voy a incluir a los parásitos sociales, a los que concentraban la riqueza de nuestro país en pocas familias de varios apellidos, a los explotadores, a los desalmados, a los egoístas, que pasaban sus aburridas vidas con los ojos puestos en la rancia Europa.  Conservaban sus fortunas por años y por herencias de dudosa procedencia y gracias a apellidos de alcurnia. Éstos, obviamente odiaban a la Eva.

Crecí adorando a esa mujer inmensa, que entregó su salud y su vida por los más necesitados. Por eso murió tan joven.  Dicen que las enfermedades vienen de las cuestiones mentales que uno no puede digerir.  Mi teoría sigue intacta, Eva se consumió por la bronca que le daba  tanta injusticia social (apreciación muy personal).

Por eso, cuando llegué a los Toldos, en el aniversario de su cumpleaños, como tantas veces había deseado, mi emoción fue indescriptible. Ahí Evita sigue viva.  La recuerdan su gente, sus edificios, los monumentos en honor a ella y su humilde casa natal hoy convertida en museo.

ALICIA CAMPOS