Sin distinción sexual, ni de clase social, el maltrato, como
forma de violencia, puede ser ejercido tanto por hombres, como por mujeres, en
forma física o psicológica. El
torturador mental, es, a mi entender, el “manotazo de ahogado”, al que recurren
ciertos personajes retorcidos, de nuestra sociedad, en la búsqueda de retener
el poder de su discurso. En general, se
trata de sujetos, de una enorme incapacidad para ser aceptados por el resto,
por un auto boicot –que ellos/ellas mismos generan-, con una carga emotiva muy
pesada, y un gigante complejo de inferioridad, que viene con el combo incluido,
de una baja autoestima.
Ahora bien, desde que nacemos, podemos ya ser víctimas de
estos individuos. Los podemos padecer en
nuestra propia familia. Le siguen, algunos/as maestras, novios, amigos, hijos, empleadores, etc. y así
sucesivamente, de acuerdo con nuestra interacción social, en el tiempo. Es una
situación injusta y despareja. El niño o la niña, puede llegar a toparse con
estos torturadores, y por su condición de vulnerabilidad, no saber defenderse,
y por lo tanto, el daño causado es peor, y casi siempre, deja secuelas en
nuestra personalidad. Pero a medida que
crecemos, si bien la situación continúa injusta, ya no es tan despareja, porque
aprendemos a detectarlos/as. Y además, desarrollar mecanismos que nos permitan,
ignorarlos, enfrentarlos o soportarlos.
Hay que aclarar, que estos sujetos no son invención del mundo
moderno. Nacieron ya con la
Historia. En los tiempos actuales, por
suerte, no sólo son fácilmente reconocibles, sino que además, se encuentran
“devaluados”. Vivimos en tiempos
complejos, donde esta contemporaneidad (ya tratada en la nota anterior), nos
lleva a plantearnos que queremos, cerca o lejos de nuestras vidas. Que personas nos producen toxicidad o placer.
Al toparnos con un maltratador psicológico, lo primero que
sentimos es rechazo, porque en ellos/ellas, vemos las miserias humanas en las
que no nos queremos reflejar. La meta del ser social, es la búsqueda del
reconocimiento de la otredad. Vivimos
para que el otro nos reconozca. Tenemos
necesidad de ser amados, comprendidos, escuchados. Nadie está por encima, ni por debajo
nuestro. El estado de bienestar y
armonía que queremos alcanzar y mantener para nuestra salud mental o física, no
incluye a maltratadores o torturadoras
mentales. Así que mi humilde sugerencia,
es: si tiene la mala suerte de conocer a alguno, huya. No le sirve para nada.
ALICIA CAMPOS