Con el riesgo asumido de que me
tilden de “pesada” y el plus de tener que escuchar a mi hijo casi a diario con
su “-¿ Para qué lo mirás ?-( porque me ve llorar conmovida), sigo insistiendo
en la riqueza comunicacional y afectiva que encuentro en el programa televisivo
de la señal América, “Los Unos y los Otros”.
“- No ves que está todo
preparado, gorda?”- me dice el muy cruel (mi hijo) jiji como si yo no supiera!
Después de tantos años en los medios de comunicación audiovisual sé lo que es
un show televisivo. No es este el caso. Y, como siempre me pasa….voy por más.
No me detengo en los tips y reglas de
juego que componen un programa de tv que (lo sé de memoria), debe ser
entretenido, vendible, atractivo, bla, bla
Mi mirada va hacia el impacto de
interpelación que este programa (para mí), provoca en el otro. El o la
televidente que se ve reflejado en esa historia y quizás se anime también a
reconstruir su vida. Los protagonistas son personas comunes, a los que realmente
se les debería premiar con un “Oscar”, si estuvieran actuando. Personas que
cuentan su terrible historia delante de las cámaras como una forma liberadora a
tanto sufrimiento.
Los casos que más me conmueven
son aquellos en los que los hijos son separados de los padres, en su mayoría de
la madre, y viceversa, porque alguien así lo decidió y nadie de ese entorno
hizo nada para impedirlo, teniendo que pasar 30 o 40 años para que esas
personas, que fueron cruelmente
separadas, se vuelvan a reunir o no, porque a veces ya es tarde. No es injusto?
Quiero aclarar que mi intención
no es tratar en esta oportunidad el padecimiento de los bebés que fueron
secuestrados o adoptados durante la nefasta Dictadura Militar,( coincide
epocalmente ) por una cuestión de respeto ya que merece un tratamiento mucho
más profundo. Tampoco me voy a referir o
comparar con la época actual donde todavía hay casos o situaciones
similares..También merece un análisis más profundo. Lo que intento observar es
una cuestión cultural y por lo tanto de mandato.
Hay un “patrón” que se repite y
es lo que me lleva a otra reflexión. Las que buscan” el paradero de” son en su
mayoría mujeres, entre 40 y 80 años, enlazados por un destino cuasi igual de
desgraciado, donde la ignorancia y la pobreza hacen un frente que imposibilita
otro destino y que por el cálculo corresponden a una época a la que, tal vez
ahora, la miramos con horror, pero que existió y donde se naturalizaban el castigo corporal, la figura del padre como “dueño” de la
familia y por lo tanto de las voluntades de cada uno de sus miembros, el miedo “al qué dirán”, las apariencias, las cosas que
no se hablan, la explotación infantil, la educación escolar inaccesible, la violencia de género, la poca demostración de cariño de padres a
hijos y… la vergüenza.
Justamente es sobre esta última
categoría donde quiero detenerme.” La vergüenza al honor de la familia”. Un
triste ejemplo: el embarazo no deseado. La “desgracia” caía en la familia
cuando la hija adolescente/soltera quedaba embarazada. El terror al “qué dirán”,
y ante el hecho consumado cómo se lo enfrentaba? Muy simple aunque no menos terrible. O se echaba a la hija deshonrada, o se la
ocultaba encerrándola en la casa hasta el momento de parir, o la fajaban para que no se le notara la panza, o
se la mandaba a casa de algún familiar que viviera en el campo. Los miedos, los sentimientos de la
embarazada, su opción a elegir? Nadie los tomaba en cuenta. Había “pecado” y
tenían nueve meses para torturarla con la culpa y la vergüenza. Tenía que ser
castigada.
Toda esta violencia hacia la
adolescente “que había avergonzado a la familia”, continuaba, porque al momento
de dar a luz, el bebé le era arrancado de sus brazos, ni soñar en conservarlo.
Había que hacerlo desaparecer. Entonces se lo daban a una tía, a una familia
sustituta, a un instituto de menores, o también se lo abandonaba a su suerte,
dejándolo en la calle y aquí no ha pasado nada.
Ustedes se imaginan por un
instante el daño físico y mental por los que pasó esa mamá tan joven? Una mujer
que tuvo que crecer, andar a los tumbos por la vida, encontrarse por fin un
buen compañero, hacerse adulta, tener más hijos, saber que tuvo un hijo al que la obligaron a
abandonar, con la “mochila” de la culpa, la tristeza, la soledad y no poder contárselo a nadie por años.
Y entonces, hay oportunidades
como éstas…ir a un programa de televisión y contar la historia de vida, como
para aliviar el sufrimiento, para iniciar una búsqueda, para reparar un daño,
para cerrar una historia, para que le sirva a otro, en fin, las interpelaciones
pueden ser muchísimas… hace falta ir a la tele, contar y que todo el mundo se entere?
A veces la tele (también los
otros medios) son los únicos recursos que le quedan a las personas para hacerse
visibles, para que alguien las escuche, etc….con todos los defectos que tienen
los medios como formadores de opinión.
En los tiempos que vivimos es tal el poder de los medios sobre la
sociedad, que de vez en cuando este tipo de programación que vengo elogiando,
es muy necesaria.
ALICIA CAMPOS