Subo en la Estación Bulnes de la Línea D, sí ya sé, más conocida como “Alto Palermo” y en la siguiente (Agüero), ingresa justo en “mi” vagón, alguien en quien reparé porqué cantaba en voz alta (imitando el idioma brasilero) Tristeza não tem fim…. El señor en cuestión, aparentaba unos 50 años. Pelo canoso, vestía ropa muy gastada, lo mismo que sus zapatos. Se notaba pobrecito, que estaba en situación de calle. La gente lo miraba desdeñosa, pero a él no le importaba. En sus manos, estrujaba un diario de esos que se reparten gratuitamente, al que le iba arrancando las hojas, al mismo tiempo que despotricaba contra Macri. Se quejaba de los medios de comunicación. Para él (gritaba), eran los culpables del triunfo macrista y los acusaba de ser grandes manipuladores, que la gente, es tonta, etc. Al rato se callaba y volvía a entonar la misma estrofa paulista.
Vaya uno a saber el porqué de su canción y porqué se la había “agarrado” con Mauricio Macri, pero lo que me interesa resaltar, es la cantidad de personajes y situaciones que se presentan en este tipo de espacios comunicacionales, como el subte, y me atrevería a decir, casi cotidianamente. Son escenarios maravillosos de observación e interacción de prácticas comunicativas: las buenas, las extrañas o las malas. El ejemplo que cité, fue un hecho simpático, pero muy a menudo, están los otros: los robos, las agresiones, los empujones, y más situaciones desagradables que reflejan el tipo de sociedad en la que vivimos, cada vez más patológica.
ALICIA CAMPOS
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