Diría mi vecina Beba (si viviera), al segundo que le
pregunte, si conoce el significado de estas dos palabras. Son términos poco
conocidos aún, pero resumen, algunas de las patologías que padecen hoy, ciertos
actores sociales.
La reflexión que intento desarrollar, parte de una nota, sumamente interesante, que leí el domingo pasado en una revista dominical y cuya autora es María Jimena Barrionuevo. Lo plausible, es, el estado de alerta que plantea la escritora, sobre determinados hábitos humanos devenidos en verdaderas patologías, que parecen ser naturalizados por la sociedad.
A modo introductorio, se denomina ortorexia, a la obsesión de
ciertas personas por una alimentación saludable. Por otro lado, vigorexia, es
la obsesión por tener un cuerpo musculoso. Ambas patologías forman parte,
lamentablemente, de muchas otras que surgen por el tipo de vida que nos toca vivir, sobre todo a los habitantes
de los centros urbanos, como la anorexia, la bulimia y otros desórdenes
mentales y físicos.
En el caso de los ortoréxicos, su preocupación excesiva y
enfermiza por la vida sana, los lleva a declarar enemigos públicos a las grasas
y a los conservantes. Miran con
microscopio, cada alimento que toman de las góndolas de los supermercados, y analizan
detalladamente cómo están elaborados, tienen una manía con la comida orgánica y
con la forma de preparación de determinados productos alimenticios, a los que
consideran vedados si no se usan recipientes como madera o cerámica. Esta
patología de culto a la ingesta sólo sana, es su vida misma y regula las
amistades, las salidas, los horarios.
Los resultados en la mente y el cuerpo, no tardan en aparecer:
intolerancia alimentaria, alergias, anemia, deficiencias vitamínicas,
osteoporosis, además de los estragos mentales en caso de alguna transgresión o
“licencia” comestible: sentimientos de culpa, frustración, y el recurrir a los
ayunos faquirescos, para contrarrestar su “pecado”.
No menos alarmante es el caso de los vigoréxicos. Pasan
muchas horas en los gimnasios, exigiéndole a su cuerpo más musculación y no
ahorran en suplementos peligrosos, como los anabólicos. El resultado:
tendinitis, desgarros, calambres, aumento del colesterol, cambios metabólicos,
etc. Los seguidores de Adonis como, los
describe la colega Barrionuevo, son conocidos también, por anoréxicos
invertidos. Como frente al espejo se ven
escuálidos y débiles, van en una carrera desenfrenada para aumentar su masa
corporal, sin tener en cuenta el clima o si están enfermos. El gimnasio es,
según la autora de la nota, su segundo hogar.
En caso de no poder concurrir, se deprimen, tienen culpa, etc. Las estadísticas son preocupantes, solo en
Argentina el 12% de la población de 12 a 30 años, tiene un alto riesgo de
sufrir esta patología. Otro dato curioso, esta enfermedad, la padecen en su
gran mayoría, los hombres y con baja
autoestima.
Me permití describir estas actitudes compulsivas porque son el resultado de un modelo que garantiza la felicidad a través de la competencia, el individualismo, el éxito, la fama, el cuidado exagerado del físico, la eterna juventud, la belleza plástica, la pasión por el dinero y el consumo que da muy buenos dividendos a los empresarios que las procuran y donde, los medios de comunicación electrónicos no son inocentes. Haga la prueba por favor, observe detenidamente, qué nos ofrecen las publicidades en su gran mayoría.
ALICIA CAMPOS
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