domingo, 27 de noviembre de 2011

Y quiero proponer un brindis……

Dijo, ayer, poniéndose de pié, uno de mis ex compañeros de colegio, levantando su copa, (gesto que todos imitamos), cuando estábamos celebrando, el encuentro anual de nuestra promoción  escolar.

No suelo concurrir asiduamente a este tipo de eventos.  Aparezco cada tanto. La mayoría de mis ex-compas, sí, lo hacen todos los años, como un ritual.  Quizás porque  la mayoría pertenece a esa comunidad del sur del conurbano, y continuó, mandando a sus hijos a la misma escuela, o por una cuestión nostálgica de seguir juntos, o como para evocar una etapa donde fueron felices.
A mí, en lo personal, como no me sucedió nada de eso, no le daba la importancia que realmente este año, me di cuenta que tiene.
La etapa escolar, no es igual para todos. Va ligada, a la historia familiar de cada uno.  Por diversas circunstancias, en mi caso no significó, salvo algunos acontecimientos, una época a la que recuerde con felicidad.  Por el contrario, fue una larga sucesión de “tragos amargos” que tuve que superar.  A esto se le sumó, la situación descontrolada del país, que trajo la inestabilidad laboral en la familia, un período prolongado de dificultades económicas, que provocaron grandes angustias, sobre todo, cuando uno/a concurre a un colegio privado prestigioso y debe hacer frente a los enormes gastos que  conlleva y que se hacen asfixiantes en épocas de “vacas flacas”, como diría mi mamá.
Como  “frutilla del postre”, la compleja adolescencia.  Qué período difícil…de ahí, el término adolecer.  Atravesar esa parte de nuestras vidas, donde se convive  con  inseguridades,  complejos,  amores,  rechazos, etc. y la crueldad de ciertos sádicos compañeros, que para sentirse mejor, hostigan a otros pares…y de vez en cuando, te recuerdan que sos pobre, gordo,  “anteojudo”, etc. En fin,  monstruitos de un cuentito de terror.

Por suerte, todo se supera. A medida que crecemos, nos vamos dando cuenta de que le hemos dado demasiada “prensa” a ese estado de vulnerabilidad. Y vamos teniendo, con los años, recuerdos más cercanos a lo risueño. 
Creo, que por anteponer todo lo expresado más arriba, me venía perdiendo  compartir la verdadera esencia de este tipo de encuentros.  Y este año, lo comprendí. Cuando Daniel propuso un brindis por estar juntos, por el Nuevo Año, y por quién ya no está – Norberto, un querido compañero de la primaria-  descubrí que el objetivo es ese, celebrar habernos conocido,  eso es lo más importante. Lo pasado, pisado….

ALICIA CAMPOS

sábado, 5 de noviembre de 2011

LA CONFITERÍA DEL MOLINO RESISTE…A PESAR DE TODO!

Cuando paso por la esquina porteña de Rivadavia y Callao, (justo enfrente del Congreso Nacional), no puedo evitar detenerme y  observar,- con una mezcla de sentimientos-, de arriba hacia abajo (y viceversa), una antigua y, lo que fue, una lujosa  construcción. Allí  yacen orgullosas, las ruinas de la histórica Confitería “Del Molino”. Busco quizás, tratar de comprender que vericueto burocrático, impide devolverle a este magnífico edificio, su dignidad.

Construida  en 1917, durante la “Belle Epóque”, soportó de todo.  Años de esplendor; un incendio (1930); robos; años de inoperancia administrativa, abandono y  finalmente, una sentencia a muerte, su cierre por quiebra, en 1997.  Curiosamente en ese año, es declarada “Monumento Histórico Nacional”.  Parece un chiste. Así y todo, todavía espera pacientemente que alguien se decida a traerla a la vida.

Del Molino siempre significó mucho para mí.  Ahí aprendió su oficio de pastelero, mi abuelo Angelito,- creador de exquisitas medias lunas o cañoncitos con dulce de leche-anécdota que me contaba, desde mi niñez, repetidísimas veces, y yo no me cansaba de escuchar, admirada.  Somos muchos, los nietos y nietas de inmigrantes, que sentimos orgullo por  esos abuelos, trabajadores, fuertes y valientes, que no dudaron en venir a América, viajando en ocasiones en forma muy precaria, en busca de mejores oportunidades, huyendo del hambre y las guerras despiadadas, solos, dejando en Europa la familia primaria, a veces, sin volver a verlos nunca más.

Tengo la esperanza,  como muchos habitantes de la Ciudad, de que alguien, con tan sólo un poco de sentido común, se ocupe, como se debe, de la Confitería “Del Molino”. Ojalá, podamos apreciar sus vitraux, su orfebrería, sus cinco pisos, sus tres subsuelos, sus herrajes artesanales, y las aspas del molino en movimiento, como antaño, y no sólo por fotos de época.  Exijo, su inmediata reconstrucción.  Es una deuda moral que tengo con mi abuelo para que él, esté donde esté, se sienta feliz.

ALICIA CAMPOS