Recomiendo a todos y a todas, los que aman la Costa
Argentina, darse una vueltita, fuera de temporada. Sobre todo, a los que son
fieles (como yo), a determinado balneario y lo hacemos desde niños, y todos los
años, en verano.
Sí, ya sé, tienen que darse algunas condiciones: gastarse
unos pesitos, contar con buen tiempo, poder quedarse unos días y tener un lugar
donde alojarse. El traslado no es problema,
si no se quiere manejar tanto, hay ómnibus disponibles. Con un plus, antes de llegar a destino,
entran a cada balneario costero, que seguro, hace años no “pisamos”, cosa que
no haríamos de ir en auto. Les puedo
asegurar, que vale la pena, uno vuelve renovado/a. Ah!, Y lo más difícil, poder hacerse esa escapadita, fuera de los
fines de semana. Dicha completa
asegurada.
Mi balneario (y el de mi familia), de toda la vida, es San Bernardo, y es uno de mis lugares en el
mundo. Lo conozco tanto…me siento en
casa. Por suerte puedo disfrutar de la
casita que con muchísimo esfuerzo, construyeron mis viejos. Ahí, eligió morir mi mamá. Por eso, mis
hermanos y yo, la consideramos, un lugar sagrado. Y tener el privilegio, en
esta oportunidad, de tenerlo todo para mí, es invalorable. Sobre todo porque me recuerda al SanBer de mi infancia. Sin turistas bulliciosos e intolerantes, sin
ruidos, (uno realmente escucha el silencio).
Esos árboles frondosos, pájaros de todas las especies, los lugareños tan
respetuosos, y el mar….todo para mí. Las
caminatas por la playa, son mágicas.
Alguno por ahí pescando, pero salvo las gaviotas, la costa desierta. Recomiendo una caminata tranquila cerca de la
orilla, que nos acompañe sólo una suave brisa que nos peine y despeine, el sol, fuerte y vigoroso, y el ruido del mar.
Impagable. La costa, libre de toda la
basura que arrojan en temporada los turistas.
Para completar el estado de plenitud vivido, durante mis
caminatas playeras solitarias, observé en una oportunidad, algo poco común, las gaviotas no estaban solas. Un hermoso
ejemplar de Chimango, (ave de rapiña), sobrevolaba cerca de ellas, pero sin
acercárseles demasiado, ellas
prácticamente, lo ignoraban, seguían unas a otras en bandadas, en el ritual cotidiano de volar y aterrizar
constantemente, sobre el mar con su “chillido” característico, seguramente,
buscando su alimento. El chimango,
mientras tanto, se entretenía con algún resto de ser vivo que el mar había
arrojado hacia la orilla. Esto no le
impidió, como buen desconfiado, mirarme de reojo, a medida que me acercaba e
intentaba sacarle una foto con el
celular. No quería molestarlo. Quería capturar ese momento. Lo logré a medias (ver foto).
Otra cosa que noté,
fue la gran cantidad de cáscaras de almejas, que “decoraban” la
orilla. Volvieron! –me dije
emocionada. Hacía muchos años que no las
veía, por la extracción indiscriminada y abusiva de la gente que contribuyó, a
su extinción. Y en ese momento recordé
con nostalgia a mi abuela, experta en
almejas en escabeche, que me enseñó de chica a cocinar y colocar en
frascos, que juntaba todo el año y que traía desde Buenos Aires. Esa ceremonia, se repetía, año tras año,
gracias a la bondad del mar que las “sembraba”, por millones.
Todos esos momentos de la infancia feliz en SanBer, me
vinieron a la mente. Ese San Bernardo de
antes, al que adoraba y que pensé, no volver a ver. El San Bernardo, agreste, casi desierto, único. Tan distinto con el paso del tiempo. Pasó por tantas etapas! Primero se había
puesto de moda, sobre todos por los boliches bailables, después, años de
abandono y suciedad, gracias a las gestiones incompetentes de los Intendentes
de turno. Ahora, gracias a esta visita
que le hice, pude comprobar, que lo recuperé otra vez. Eso sí, para disfrutarlo a pleno, deberé
viajar más seguido y obviamente, fuera de temporada. No importa. Vale la pena.
ALICIA CAMPOS